A casi 200 metros de altura, los gruistas Joan Montoya, Rufino Galán y José Encina hacen posible que la Sagrada Familia continúe creciendo y elevándose hacia el cielo de Barcelona. Con movimientos precisos y una coordinación milimétrica, mueven y colocan piezas de grandes dimensiones que van dando forma al sueño de Gaudí. Hace casi dos décadas que trabajan juntos, compartiendo maniobras, retos y anécdotas. Durante este tiempo han pasado de ver la Basílica sin cubiertas a levantar 5 torres, a la espera de culminar la de Jesucristo en 2026, de 172,5 metros y la más alta del templo. A continuación podéis ver cómo es un día en su trabajo:
Hacia arriba
Los tres gruistas llegan a las siete y media de la mañana a la Sagrada Familia. Antes de subir a las grúas hacen una reunión técnica con Jaume Oromí, del departamento de edificación y responsable de medios auxiliares, para asignar las tareas del día. Hoy es un día señalado: uno de los brazos de la futura cruz de la torre de Jesucristo debe trasladarse 54 metros, desde el espacio habilitado en las cubiertas de la nave central donde se han realizado los acabados finales, hasta el transepto del lado de la fachada de la Pasión, donde permanecerá hasta que se coloque en el terminal. Este movimiento se realiza para dejar espacio al montaje de las nuevas piezas de la cruz que irán llegando en las próximas semanas. «No es un trabajo repetitivo. Cada día es especial», dice Rufino.
El turno de hoy asigna a Joan Montoya la grúa instalada en la torre de Jesucristo, la más alta de España. Rufino Galán se encarga de la otra grúa, la del patio de materiales, donde se está construyendo la capilla de la Asunción y un tramo del claustro anexo, mientras que José Encina realiza tareas de supervisión y coordinación. Actualmente, se está instalando una tercera grúa que dará servicio a la torre de Jesús y a la futura fachada de la Gloria. “Nos organizamos con un cuadrante semanal”, explica Encina. «Cada semana uno de nosotros opera la grúa principal y hacemos relevos para asegurar que el servicio no se detenga. Cuando uno baja a comer, el otro sube. Así, la obra no se detiene».
A las ocho de la mañana, Montoya inicia su ascenso. Desde la base del templo hasta la cabina, necesita unos veinte minutos. Tres montacargas sucesivos lo llevan hasta la traba, una pasarela metálica exterior situada a 130 metros de altura que conecta la torre con la grúa. Desde allí, aún debe subir por la escalera interior de la máquina hasta llegar a la cabina. Cuando finalmente se sienta en el asiento, la Sagrada Familia se extiende bajo sus pies y el mar dibuja la línea del horizonte. “Tenemos las mejores vistas de Barcelona”, comenta.



Pasarela metálica que conecta la grúa con la torre de Jesucristo y que usan los gruistas para acceder a la cabina.
Maniobras de precisión
En el espacio de trabajo de 54 metros, Jaume Oromí observa y da instrucciones por el walkie-talkie. El primer brazo de la futura cruz de Jesucristo debe moverse con mucha precisión. Montoya sigue cada indicación con calma. La pieza se alza lentamente sobre las torres para evitar que interfiera con ningún elemento arquitectónico. La escena es imponente: el brazo blanco de la cruz atravesando el cielo azul de Barcelona.
Esta maniobra es posible gracias a la nueva grúa instalada en mayo de 2024, una estructura de ingeniería alemana con pluma abatible que ofrece más libertad de movimiento y más seguridad. De hecho, a diferencia de las grúas tradicionales de torre horizontal, este es un modelo único en España que permite maniobrar con mucha precisión en espacios verticales y reducidos. Pesa unas 330 toneladas, alcanza los 200 metros de altura y está equipada con una caja negra, similar a la de los aviones, que registra todos los movimientos en tiempo real. Este control constante es clave para un entorno tan vivo, donde la seguridad es primordial para garantizar que la obra pueda convivir con los visitantes y la ciudad.
Por eso, los tres gruistas fueron a Alemania a hacer un curso de simulación especializado para este modelo de grúa. «Es una máquina muy potente, pero hay que conocerla bien. Te da libertad de movimiento, pero también exige mucha responsabilidad», señala Montoya. Quince minutos después, el brazo de la cruz queda depositado en el lugar previsto.

Uno de los brazos de la cruz de Jesús en el espacio de trabajo de 54 metros antes de iniciar el movimiento

El brazo de la cruz elevándose sobre las torres

La pieza llegando al transepto del lado de la Pasión, donde permanecerá hasta que se coloque en el terminal
«Gaudí ya intuía que las herramientas de su época evolucionarían», reflexiona. «Con los sistemas de la época no se habría podido levantar la torre de Jesucristo. Pero él mismo dejó escrito que habría que adaptarse a los nuevos tiempos. Y eso es lo que hacemos: continuar su visión con las herramientas actuales», explica Montoya.
A media mañana, Montoya baja de la grúa y se reúne con sus compañeros en la zona de comer. Hablan de trabajo, pero también de vida: ya son más de dieciocho años siendo compañeros. En realidad, Encina, el gruista más veterano del templo, lleva 22 años trabajando aquí. «No es una obra cualquiera. Cada pieza tiene un valor y nosotros tenemos la misión de colocarla en su lugar exacto. Es un orgullo y una presión a la vez», dice Galán y añade: «Miras atrás y recuerdas aquella piedra que colocaste, que te despierta un recuerdo».

La grúa de la torre de Jesucristo es un modelo único en España: es la más alta de la península y dispone de una pluma abatible que ofrece más libertad de movimiento y permite llegar a los 200 metros de altura.
«No es una obra cualquiera. Cada pieza tiene un valor y nosotros tenemos la misión de colocarla en su lugar exacto. Es un orgullo y una presión a la vez»
Con su experiencia en el templo, los tres compañeros han vivido muchos retos juntos: la colocación de la estrella de la torre de María (la primera torre que terminaron), las figuras de los cuatro Evangelistas o los primeros paneles de la torre de Jesucristo, de 23 toneladas de peso. «Nosotros lo único que hacemos es aportar nuestro granito de arena», exponen. También recuerdan algunas anécdotas: el día que vieron la nevada en Barcelona desde la cabina, o aquella noche en la que, por la Mercè, Galán asistió a la proyección de luces sobre la fachada del Nacimiento. «Hemos visto puestas de sol, relámpagos, arcos iris... Son momentos únicos que te hacen darte cuenta de dónde estás», recuerdan.
Y cuando dentro de unos años las grúas comiencen a desmontarse, reconocen que les resultará extraño, pero al mismo tiempo desean que llegue ese día. «Será maravilloso cuando podamos retirarlas y ver la Basílica limpia porque querrá decir que la hemos terminado», manifiestan.
A media tarde, los tres bajan de las alturas. Con los pies en tierra firme, termina otra jornada de los gruistas de la Sagrada Familia. Hoy, sin embargo, no terminan todos. Con motivo de la Diada, uno de ellos se queda para izar la señera en la fachada de la Pasión. Un gesto sencillo que corona otro día de trabajo y de orgullo.


Rufino Galán en la cabina de la grúa de la capilla de la Asunción (izquierda). Juan Montoya observando las vistas desde la pasarela (derecha).






